En medio de una nueva reconfiguración del tablero global, Europa se enfrenta a una decisión crítica: redefinir su relación con China. Las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China han generado un contexto inestable que obliga al bloque europeo a revisar sus alianzas, intereses y estrategias. En este escenario, la reciente visita del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, a China coordinada con Bruselas no fue una casualidad, sino una señal clara de que la Unión Europea busca diversificar relaciones y ganar autonomía.
El atractivo de China… y sus riesgos
China, como segunda potencia económica mundial, representa una oportunidad incuestionable. Es un mercado gigante, con una base tecnológica en rápida expansión y una capacidad de inversión global significativa. Sin embargo, este potencial viene acompañado de riesgos difíciles de ignorar.
Los datos hablan por sí solos: en 2024, España importó bienes chinos por más de 45.000 millones de euros, pero solo exportó por valor de 7.400 millones. La tasa de cobertura comercial fue del 16,5%, lo que refleja una dependencia preocupante. A nivel europeo, la situación no es mucho mejor: la UE importó productos por valor de 517.800 millones de euros desde China, mientras que sus exportaciones apenas alcanzaron los 213.300 millones. Esto generó un déficit de más de 300.000 millones de euros y una tasa de cobertura del 41,2%.
¿Un desvío estratégico de producción?
El endurecimiento de aranceles entre EE. UU. y China podría empujar a Pekín a redirigir su producción hacia Europa. Esto plantea una amenaza directa para sectores industriales vulnerables dentro del bloque. Bruselas teme una “invasión” de productos baratos que desestabilicen los mercados internos y profundicen la dependencia.
De hecho, el comisario europeo de Comercio ha pedido un “reequilibrio tangible” en la relación con China. Esta no es solo una cuestión económica, sino estratégica: ¿cómo puede Europa evitar que su apertura comercial se transforme en una debilidad estructural?
China: socio, competidor y rival
La UE ha definido su relación con China con una fórmula elocuente: “socio cooperador, socio negociador, competidor económico y rival sistémico”. Esto evidencia la complejidad del vínculo. Hay beneficios en estrechar lazos, pero también hay que proteger sectores estratégicos y reforzar la soberanía económica europea.
El concepto de autonomía estratégica abierta cobra protagonismo: colaborar con China, sí, pero bajo condiciones claras. Europa necesita políticas comunes, firmes y coherentes para evitar que el crecimiento de la relación se convierta en un caballo de Troya.
Un eventual rol de China en el conflicto ruso-ucraniano
Mirando hacia el Este, China también podría jugar un papel clave en un posible escenario de paz entre Rusia y Ucrania. Su influencia sobre Moscú y su ambigua postura en el conflicto le dan una posición única como potencial mediador. Si se logra una paz duradera, podrían abrirse nuevas rutas de inversión en Europa del Este, y China seguramente querrá posicionarse como actor principal en esa reconstrucción.
Conclusión
Europa está ante una encrucijada histórica. No puede aspirar a ser un actor global sin una postura clara frente a China. Necesita equilibrio: aprovechar las oportunidades sin comprometer sus principios ni su independencia económica.
La forma en que se construya la relación con China definirá en gran medida el lugar que ocupará Europa en el nuevo orden mundial. Ya no basta con ser una unión comercial: ha llegado la hora de actuar con una voz propia y con visión de futuro.